Entre tanto llegamos a la última prueba decisiva de la carrera, una contrarreloj individual de 36 kilómetros que separaban a la localidad de Lure y la imponente pero majestuosa Planche de Belles Filles. Landa, necesitaba algo parecido a un milagro para poder optar al pódium en una prueba en la que ha ido a contracorriente desde el primer minuto.
Roglic, por su parte se encomendó a los 57 segundos que le separaban de un Pogacar el cual haría historia en la 107 edición del Tour de Francia, convirtiéndose en el primer esloveno de la historia en ganar la Grande Boucle y el segundo ciclista más joven de la historia en ganar, únicamente por detrás de Henri Cornet. Roglic y sobre todo Jumbo-Visma, los cuales habían sido claros dominadores de la prueba hasta ese instante se quedaban sin liderato a las puertas de los Campos Elíseos.
Landa por su parte, sacó partida del descalabro de Miguel Ángel López para auparse hasta un más que digno cuarto puesto. Una posición nada desdeñable teniendo en cuenta su participación en la carrera, pero que sabe a poco si tenemos en consideración las expectativas tan altas con las que afrontaba el alavés la ronda gala.
Una vez más Mikel Landa se queda a las puertas del pódium de una gran vuelta, dos cuartos puestos en el Tour -en uno se quedó a tan solo un segundo del tercero- y uno en el Giro -a ocho segundos del tercero- es el palmarés que refleja la capacidad de un corredor que siempre parte con unas aspiraciones muy altas las cuales nunca termina de satisfacer.
Esta es la cruda realidad del ciclista alavés que en el Giro de 2015, dónde quedó tercero, brillo a un nivel altísimo y poniendo en apuros al vencedor final, Alberto Contador. En ese momento parecía que estaba destinado a cosas muy grandes, pero la verdad es que con el paso de las temporadas se ha ido desinflando y a pesar de estar en buenos equipos y tener corredores importantes a su lado, no se ha consolidado como ese corredor capaz de conseguir una vuelta de tres semanas.
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